Hace unos días colgué en instagram unas fotos del cazador de brujas Heincze Wirtz. Y amenacé con compartir por aquí su relato de trasfondo.
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el cazador de brujas berdenburgués, Heincze Wirtz |
Y como soy un hombre palabra, pues aquí os traigo su historia. De hijo de uno de los hombres más acaudalados de la ciudad, a azote de los impuros.
Advierto que este ya es el último relato que tengo escrito. Relato largo, quiero decir, trasfondo de regimientos y personajes, aún quedan unos pocos...
Bueno, que me lio como siempre. El relato:
El cazador
El
padre de Heincze, Otis, era un opulento mercader de Berdenburgo. Su fortuna
crecía constantemente, al mismo ritmo que sus ansias de que todo el mundo
supiera lo rico que era. Las fiestas y los excesos de la mansión Wirtz se
hicieron famosos en toda la ciudad, extendiéndose pronto su fama al resto del
Imperio.
El
joven Heincze creció como el pequeño príncipe de la casa. Como hijo único, y
habiendo muerto su madre, recibió todos los caprichos que un niño podía soñar.
Pero según crecía, cada vez estaba más incómodo con la forma de vida que su
padre le había elegido.
Se
percataba como su padre necesitaba cada vez más caprichos y excentricidades para
colmar su deseo, y como una algo oscuro empezaba a envolver los actos que
ocurrían en su casa.
Cada
vez más aislado de su padre, se refugiaba en los libros de su biblioteca y en
el estudio.
Un
día, harto de la insistencia de su padre a participar en los festejos y
diversiones en su condición de “príncipe” Wirtz, Heincze huyó de su hogar de
madrugada, mientras tenía lugar otra de las interminables fiestas.
Después
de un largo peregrinaje por el Imperio, acabó enrolándose en la Orden del
Martillo Plateado, la secreta hermandad de los Cazadores de Brujas. Ahí
encontró un lugar completamente opuesto del que huyó y un sitio desde el que
combatir la corrupción que echaba a perder el alma de los hombres.
Según
ascendía dentro de la orden, más claro veía la corrupción que se adueñaba de su
padre antes de marcharse. Finalmente se convirtió en un cazador de brujas
implacable, que recorrió durante años en solitario los caminos del Imperio,
purificando aldeas y ciudades de la marca de la corrupción, pero sin atreverse
a retornar a casa por miedo a lo que pudiera encontrarse en su antiguo hogar.
Con
el paso de los años, finalmente reunió el valor necesario para volver hacia
Berdenburgo, con la llama de esperanza de que no fuera demasiado tarde para su
padre y la salvación de su alma.
Cuando
llego a la ciudad descubrió una verdad demasiado turbadora. Su padre solo vivía
por y para el placer. Sus antiguos vecinos le contaron como había abandonado
por completo sus negocios y como nunca salía ya de su mansión. Las fiestas se
convirtieron en una bacanal y orgia constante.
Los
propios berdenburgueses habían dado la espalda a Otis. Los nuevos invitados de
su padre eran misteriosos extranjeros e incautos viajeros que una vez entraban
ya nunca salían de la mansión.
Un
apesadumbrado Heincze finalmente fue hasta la puerta de lo que fue su hogar,
encontrándola abierta y sin ningún mayordomo para recibirlo, como era costumbre
cuando era niño.
Avanzó
por los corredores, donde se agolpaban muebles y enseres de toda índole, a cada
cual más recargado y barroco, apilados sin coherencia, habiendo sido adquiridos
por el simple placer de acaparar todo el lujo posible.
Finalmente
llegó a las puertas que custodiaban el gran salón de la mansión Wirtz. Lo que
encontró al otro lado superó la más oscura sospecha que tenía Heincze sobre la
depravación que ocurría en su casa.
decenas
de cuerpos retorcidos se extendían como una macabra alfombra por todo el suelo
del salón. Hombres, mujeres, enroscados unos con otros, a cada cual en un acto
más denigrante y lascivo que el anterior.
Y
en mitad de aquella perversión, se encontraba su padre, en lo alto de una
parodia de altar, rodeado de una cohorte de diablillas, sirvientes del dios
Slannesh.
Al
ver a su hijo entrar en la gran estancia, Otis se levantó de su trono de oro y
madreperla y con los brazos extendidos y una sonrisa dijo:
- Hijo,
bienvenido de nuevo a tu hogar, por favor, pasa y coge todo aquello para lo que
naciste-haciendo un gesto de ofrecimiento con la mano- al fin y al cabo eres mi
príncipe heredero y tu sitio está a la derecha de tu padre.
Weincze
miró a su alrededor, y bajando la vista apesadumbrado dijo- Vine aquí en busca
de mi hogar y mi padre, y siento profundamente que ambos hayan desaparecido- Y,
mientras desenvainaba la espada, cerró las puertas a su espalda.
En
cuanto se cerró el gran portón del salón, todos aquellos cuerpos se abalanzaron
sobre el cazador. Unos con sus manos desnudas, y otros armándose con las armas
ornamentales que colgaban de las paredes. Ninguno presentaba rival a la
marcialidad que demostraba Weincze.
Poco
a poco fue abatiendo a todos aquellos hombres y mujeres que chillaban y rugían,
rezando una plegaria para intentar salvar de la perdición cada alma que segaba.
Pronto un ensangrentado Weincze se alzaba rodeado de una pila de cadáveres.
Su
padre seguía mirándolo fijamente, con la misma sonrisa lasciva en sus
retorcidos labios. Con un ligero movimiento de cabeza la cohorte de diablillas
se abalanzaron sobre su hijo.
Una
lluvia de garras y pinzas se precipitaron sobre Weincze, que a duras penas
podía repeler tal torbellino de ataques. Pudo esquivar a tiempo una afilada
pinza la distancia justa para salvar su ojo derecho, pero no evitó el tajo en
la mejilla.
Por
cada tajo que Weincze soltaba sobre una diablilla, esta parecía retorcerse de
placer y embestía de nuevo con más virulencia.
Otro
tajo le alcanza en la pierna, pero pudo cercenar la garra que le hiere. La
lucha parece ser eterna, Weincze estaba agotado, pero su fe hace que permanezca
en pie y desafiando a los enemigos del orden. Parada, golpe, parada, golpe,
poco a poco van cayendo las diablillas a su alrededor, entre espasmos de dolor…
o de placer, no se puede diferenciar. Finalmente, aunque agotado y sangrando
por multitud de heridas, es capaz de sobreponerse y vencer a todos los
engendros que su padre lanza sobre él.
Apoyado
en su espada como si fuera un cayado, se obliga a erguirse de nuevo y mirar
fijamente al que fuera su padre
- Impresionante,
veo que has dejado atrás al niño que un día fuiste para convertirte en todo un
hombre- Según hablaba parecía como si la figura de su padre fuera creciendo, su
voz volviéndose cada vez más profunda y atrayente y de su boca salían bocanadas
de una niebla espesa que le iba envolviendo, hasta desaparecer completamente de
la vista.
- Aunque
me temo que tienes confundidas tus lealtades. Ven, acércate, deja que tu padre
te enseñe el verdadero camino. Resonó la voz desde la densa niebla.
Un
olor dulzón era arrastrado por la espesa niebla, embriagando a Weincze,
embotando sus sentidos, inundando su cabeza con imágenes de felicidad y
tranquilidad, envolviéndolo con una sensación de bienestar y paz. Ya nada
importaba a su alrededor, solo quería relajarse y disfrutar de los placeres de
la vida, dar rienda suelta a sus deseos más ocultos.
Tuvo
que reunir toda su fuerza de voluntad para darse cuenta que todo aquello no era
real y sacudírselo de la cabeza.
Weincze
arrojó una silla contra la claraboya central que coronaba el salón, permitiendo
que se fuera disipando la niebla conjurada por su padre.
Según
se despejaba la sala el corazón del cazador se encogió ante el horror que pudo
contemplar. En el centro de la sala se erguía un imponente demonio, servidor de
Slannesh, en el que solo el rostro mantenía algún vestigio de lo que antes había
sido su padre. Con patas acabadas en pezuñas, brazos acabados en pinzas y
cuernos que salían retorcidos de su cabeza, el engendro dijo:
- Es
tu última oportunidad. A mi lado o la muerte.
Weincze
no respondió y alzó su espada en posición de defensa.
Un
torrente de ataques cayó sobre él, con una velocidad inusitada. Weincze paraba
a duras penas los ataques, algunos no los desviaba abriendo heridas allí donde
las garras del engendro alcanzaba su piel.
Las
fuerzas le flaqueaban al cazador, cada vez se le abrían más impactos y más
profundos. Finalmente cayó de rodillas incapaz de continuar la lucha. Las
pinchas del demonio se cerraron sobre su cuello, levantándolo dos palmos del
suelo y acercándolo a la que fue la cara de su padre.
- Oh
hijo mío, has elegido el camino equivocado. Yo te podía haber hecho de tu vida
un placer continuo, nada te hubiera faltado y nada se te hubiera negado. Pero
ya es tarde, es hora de que compruebes lo falsas que eran tus creencias en ese
supuesto dios al que llamáis Sigmar. Yo he visto la cara del verdadero Dios, he
estado con él, sentado a su mesa, estáis condenados tristes humanos y cegados
en vuestro engaño.
- Pero
no olvido que una vez fuiste mi hijo así que te ofrezco una última oportunidad.
Reconoce tu ceguera, abraza al dios Slannesh y tu muerte será rápida y sin
dolor.
Weinzce
lanzaba bocanadas intentando conseguir aire a través de las pinzas que le
agarraban. Sus labios se movían como si quisiera pedir clemencia.
El
monstruo, henchido de vanidad viendo como había doblegado al cazador sin
prácticamente esfuerzo, aflojó un poco la presión, lo suficiente para que
pudiera respirar y solicitar el perdón al verdadero dios.
Un
asfixiado Weinzce inspiró profundamente y después de toser dos veces dijo:
- Pa...
padre, lo siento, lo he intentado... – y acto seguido desenfundó la pistola
cargada con una bala de plata tres veces bendecida que llevaba en la espalda y
apoyándola en la sien de la criatura y apretando el gatillo.
EL
demonio se desplomó contra el suelo con la cabeza abierta por la que no dejaba
de manar un líquido viscoso que alguna vez fue sangre.
Weinzce
se zafó de las pinzas que ya no apretaban y poniéndose dificultosamente acabó
la frase -... pero llegué tarde para salvarte, que Sigmar se apiade de tu alma.
Salió
de la mansión Wirtz con paso errático, desmayándose delante del primer
berdenburgues que se encontró.
Despertó
en una cama del hospital de la ciudad, acompañado al pie de la cama por un
sacerdote sigmarita.
Cuando
se recuperó fue llamado a un encuentro con el burgomaestre. Éste le agradeció
encarecidamente el servicio que había realizado a la ciudad, al Imperio y a la
orden. Después de alabar el valor que tuvo que demostrar para enfrentarse a su
mismo padre, expresó la deuda que la ciudad había contraído con él y le ofreció
la incorporación a los servicios de Berdenburgo.
Weinzce
agradeció la invitación pero le expresó al burgomaestre que su destino estaba
perseguir el mal allá donde se encontrara y que eso le llevaría unas veces a
Berdenburgo, pero otras a la punta opuesta del Imperio.
El
Burgomaestre entendió su dedicación a la causa de perseguir la corrupción y le
dijo que sería bienvenido siempre que quisiera volver a su hogar.
Desde
entonces Weinzce vaga por los caminos del Imperio, persiguiendo el caos y la
corrupción allí donde la encuentra, pero sigue ligado íntimamente a la ciudad
de Berdenburgo, acudiendo en su ayuda siempre que es requerido.
Un relato muy molón, como es habitual en este blog. Me ha llamado la atención que casi siempre que hay conflictos intergeneracionales, la generación anterior es la piadosa y la posterior la descarriada, mola mucho que hayas invertido los papeles en esta ocasión, desde luego es original.
ResponderEliminarY ha hecho bien Weinzce, no debe haber lugar para traidores, herejes ni renegados en el Imperio, tiro en la sien y a tomar por culo.
(Además, todo el mundo sabe que, si vas a adorar al Caos, a quien debes adorar es a Khorne xD)
Justo eso fue la idea que tenía en la cabeza. Escribí un par de relatos del Caos para el trasfondo de un colega y de un compañero de un foro, que eran justo eso, un hijo díscolo (como buenos caóticos jejeje) Y se me ocurrió darle la vuelta a que el hijo siempre fuera el malo.
EliminarMuchas gracias por pasarte a comentar.
Muy chulo el relato, una buena redención familiar. Además, los cazadores de brujas dan pie a buenas historias, ya que su carácter generalmente errante permite justificar su presencia en multitud de lugares diferentes (aunque me imagino que sólo en Nordland ya debe tener bastante trabajo el bueno de Heincze).
ResponderEliminarMuchas gracias. Y Trifón se salva porque está muerto cuando vive Heincze, si no, seguro que tendrían sus más y sus menos jajaja
EliminarMe doy por invitado a este blog de fantasy y componente narrativo del bueno. Tienes buenos relatos. Me gusta ver que somos unos cuantos los que mantenemos vivos en la blogosfera este aspecto del hobby y que disfrutamos mucho con ello.
ResponderEliminar¡Bienhallado, pueblo de Berdenburgo!
Pues al fondo hay sitio jajaja. Me alegro que te gusten los relatos. El tuyo ya ha pasado a la lista del blogs a seguir jajaja
EliminarMe encanta la mini, y el relato una pasada. Genial trabajo tío, como siempre! con ganas de más! Saludos!
ResponderEliminarMuy, muy guapa la mini, el pintado y la peana escénica. Y apuntado el blog para seguirte! :) Salud!
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