domingo, 5 de septiembre de 2021

Relato: El cazador

Hace unos días colgué en instagram unas fotos del cazador de brujas Heincze Wirtz. Y amenacé con compartir por aquí su relato de trasfondo.


el cazador de brujas berdenburgués, Heincze Wirtz

Y como soy un hombre palabra, pues aquí os traigo su historia. De hijo de uno de los hombres más acaudalados de la ciudad, a azote de los impuros.

Advierto que este ya es el último relato que tengo escrito. Relato largo, quiero decir, trasfondo de regimientos y personajes, aún quedan unos pocos...

Bueno, que me lio como siempre. El relato:

El cazador

El padre de Heincze, Otis, era un opulento mercader de Berdenburgo. Su fortuna crecía constantemente, al mismo ritmo que sus ansias de que todo el mundo supiera lo rico que era. Las fiestas y los excesos de la mansión Wirtz se hicieron famosos en toda la ciudad, extendiéndose pronto su fama al resto del Imperio.

El joven Heincze creció como el pequeño príncipe de la casa. Como hijo único, y habiendo muerto su madre, recibió todos los caprichos que un niño podía soñar. Pero según crecía, cada vez estaba más incómodo con la forma de vida que su padre le había elegido.

Se percataba como su padre necesitaba cada vez más caprichos y excentricidades para colmar su deseo, y como una algo oscuro empezaba a envolver los actos que ocurrían en su casa.

Cada vez más aislado de su padre, se refugiaba en los libros de su biblioteca y en el estudio.

Un día, harto de la insistencia de su padre a participar en los festejos y diversiones en su condición de “príncipe” Wirtz, Heincze huyó de su hogar de madrugada, mientras tenía lugar otra de las interminables fiestas.

Después de un largo peregrinaje por el Imperio, acabó enrolándose en la Orden del Martillo Plateado, la secreta hermandad de los Cazadores de Brujas. Ahí encontró un lugar completamente opuesto del que huyó y un sitio desde el que combatir la corrupción que echaba a perder el alma de los hombres.

Según ascendía dentro de la orden, más claro veía la corrupción que se adueñaba de su padre antes de marcharse. Finalmente se convirtió en un cazador de brujas implacable, que recorrió durante años en solitario los caminos del Imperio, purificando aldeas y ciudades de la marca de la corrupción, pero sin atreverse a retornar a casa por miedo a lo que pudiera encontrarse en su antiguo hogar.

Con el paso de los años, finalmente reunió el valor necesario para volver hacia Berdenburgo, con la llama de esperanza de que no fuera demasiado tarde para su padre y la salvación de su alma.

Cuando llego a la ciudad descubrió una verdad demasiado turbadora. Su padre solo vivía por y para el placer. Sus antiguos vecinos le contaron como había abandonado por completo sus negocios y como nunca salía ya de su mansión. Las fiestas se convirtieron en una bacanal y orgia constante.

Los propios berdenburgueses habían dado la espalda a Otis. Los nuevos invitados de su padre eran misteriosos extranjeros e incautos viajeros que una vez entraban ya nunca salían de la mansión.

Un apesadumbrado Heincze finalmente fue hasta la puerta de lo que fue su hogar, encontrándola abierta y sin ningún mayordomo para recibirlo, como era costumbre cuando era niño.

Avanzó por los corredores, donde se agolpaban muebles y enseres de toda índole, a cada cual más recargado y barroco, apilados sin coherencia, habiendo sido adquiridos por el simple placer de acaparar todo el lujo posible.

Finalmente llegó a las puertas que custodiaban el gran salón de la mansión Wirtz. Lo que encontró al otro lado superó la más oscura sospecha que tenía Heincze sobre la depravación que ocurría en su casa.

decenas de cuerpos retorcidos se extendían como una macabra alfombra por todo el suelo del salón. Hombres, mujeres, enroscados unos con otros, a cada cual en un acto más denigrante y lascivo que el anterior.

Y en mitad de aquella perversión, se encontraba su padre, en lo alto de una parodia de altar, rodeado de una cohorte de diablillas, sirvientes del dios Slannesh.

Al ver a su hijo entrar en la gran estancia, Otis se levantó de su trono de oro y madreperla y con los brazos extendidos y una sonrisa dijo:

- Hijo, bienvenido de nuevo a tu hogar, por favor, pasa y coge todo aquello para lo que naciste-haciendo un gesto de ofrecimiento con la mano- al fin y al cabo eres mi príncipe heredero y tu sitio está a la derecha de tu padre.

Weincze miró a su alrededor, y bajando la vista apesadumbrado dijo- Vine aquí en busca de mi hogar y mi padre, y siento profundamente que ambos hayan desaparecido- Y, mientras desenvainaba la espada, cerró las puertas a su espalda.

En cuanto se cerró el gran portón del salón, todos aquellos cuerpos se abalanzaron sobre el cazador. Unos con sus manos desnudas, y otros armándose con las armas ornamentales que colgaban de las paredes. Ninguno presentaba rival a la marcialidad que demostraba Weincze.

Poco a poco fue abatiendo a todos aquellos hombres y mujeres que chillaban y rugían, rezando una plegaria para intentar salvar de la perdición cada alma que segaba. Pronto un ensangrentado Weincze se alzaba rodeado de una pila de cadáveres.

Su padre seguía mirándolo fijamente, con la misma sonrisa lasciva en sus retorcidos labios. Con un ligero movimiento de cabeza la cohorte de diablillas se abalanzaron sobre su hijo.

Una lluvia de garras y pinzas se precipitaron sobre Weincze, que a duras penas podía repeler tal torbellino de ataques. Pudo esquivar a tiempo una afilada pinza la distancia justa para salvar su ojo derecho, pero no evitó el tajo en la mejilla.

Por cada tajo que Weincze soltaba sobre una diablilla, esta parecía retorcerse de placer y embestía de nuevo con más virulencia.

Otro tajo le alcanza en la pierna, pero pudo cercenar la garra que le hiere. La lucha parece ser eterna, Weincze estaba agotado, pero su fe hace que permanezca en pie y desafiando a los enemigos del orden. Parada, golpe, parada, golpe, poco a poco van cayendo las diablillas a su alrededor, entre espasmos de dolor… o de placer, no se puede diferenciar. Finalmente, aunque agotado y sangrando por multitud de heridas, es capaz de sobreponerse y vencer a todos los engendros que su padre lanza sobre él.

Apoyado en su espada como si fuera un cayado, se obliga a erguirse de nuevo y mirar fijamente al que fuera su padre

-  Impresionante, veo que has dejado atrás al niño que un día fuiste para convertirte en todo un hombre- Según hablaba parecía como si la figura de su padre fuera creciendo, su voz volviéndose cada vez más profunda y atrayente y de su boca salían bocanadas de una niebla espesa que le iba envolviendo, hasta desaparecer completamente de la vista.

- Aunque me temo que tienes confundidas tus lealtades. Ven, acércate, deja que tu padre te enseñe el verdadero camino. Resonó la voz desde la densa niebla.

Un olor dulzón era arrastrado por la espesa niebla, embriagando a Weincze, embotando sus sentidos, inundando su cabeza con imágenes de felicidad y tranquilidad, envolviéndolo con una sensación de bienestar y paz. Ya nada importaba a su alrededor, solo quería relajarse y disfrutar de los placeres de la vida, dar rienda suelta a sus deseos más ocultos.

Tuvo que reunir toda su fuerza de voluntad para darse cuenta que todo aquello no era real y sacudírselo de la cabeza.

Weincze arrojó una silla contra la claraboya central que coronaba el salón, permitiendo que se fuera disipando la niebla conjurada por su padre.

Según se despejaba la sala el corazón del cazador se encogió ante el horror que pudo contemplar. En el centro de la sala se erguía un imponente demonio, servidor de Slannesh, en el que solo el rostro mantenía algún vestigio de lo que antes había sido su padre. Con patas acabadas en pezuñas, brazos acabados en pinzas y cuernos que salían retorcidos de su cabeza, el engendro dijo:

- Es tu última oportunidad. A mi lado o la muerte.

Weincze no respondió y alzó su espada en posición de defensa.

Un torrente de ataques cayó sobre él, con una velocidad inusitada. Weincze paraba a duras penas los ataques, algunos no los desviaba abriendo heridas allí donde las garras del engendro alcanzaba su piel.

Las fuerzas le flaqueaban al cazador, cada vez se le abrían más impactos y más profundos. Finalmente cayó de rodillas incapaz de continuar la lucha. Las pinchas del demonio se cerraron sobre su cuello, levantándolo dos palmos del suelo y acercándolo a la que fue la cara de su padre.

- Oh hijo mío, has elegido el camino equivocado. Yo te podía haber hecho de tu vida un placer continuo, nada te hubiera faltado y nada se te hubiera negado. Pero ya es tarde, es hora de que compruebes lo falsas que eran tus creencias en ese supuesto dios al que llamáis Sigmar. Yo he visto la cara del verdadero Dios, he estado con él, sentado a su mesa, estáis condenados tristes humanos y cegados en vuestro engaño.

- Pero no olvido que una vez fuiste mi hijo así que te ofrezco una última oportunidad. Reconoce tu ceguera, abraza al dios Slannesh y tu muerte será rápida y sin dolor.

Weinzce lanzaba bocanadas intentando conseguir aire a través de las pinzas que le agarraban. Sus labios se movían como si quisiera pedir clemencia.

El monstruo, henchido de vanidad viendo como había doblegado al cazador sin prácticamente esfuerzo, aflojó un poco la presión, lo suficiente para que pudiera respirar y solicitar el perdón al verdadero dios.

Un asfixiado Weinzce inspiró profundamente y después de toser dos veces dijo:

- Pa... padre, lo siento, lo he intentado... – y acto seguido desenfundó la pistola cargada con una bala de plata tres veces bendecida que llevaba en la espalda y apoyándola en la sien de la criatura y apretando el gatillo.

EL demonio se desplomó contra el suelo con la cabeza abierta por la que no dejaba de manar un líquido viscoso que alguna vez fue sangre.

Weinzce se zafó de las pinzas que ya no apretaban y poniéndose dificultosamente acabó la frase -... pero llegué tarde para salvarte, que Sigmar se apiade de tu alma.

Salió de la mansión Wirtz con paso errático, desmayándose delante del primer berdenburgues que se encontró.

Despertó en una cama del hospital de la ciudad, acompañado al pie de la cama por un sacerdote sigmarita.

Cuando se recuperó fue llamado a un encuentro con el burgomaestre. Éste le agradeció encarecidamente el servicio que había realizado a la ciudad, al Imperio y a la orden. Después de alabar el valor que tuvo que demostrar para enfrentarse a su mismo padre, expresó la deuda que la ciudad había contraído con él y le ofreció la incorporación a los servicios de Berdenburgo.

Weinzce agradeció la invitación pero le expresó al burgomaestre que su destino estaba perseguir el mal allá donde se encontrara y que eso le llevaría unas veces a Berdenburgo, pero otras a la punta opuesta del Imperio.

El Burgomaestre entendió su dedicación a la causa de perseguir la corrupción y le dijo que sería bienvenido siempre que quisiera volver a su hogar.

Desde entonces Weinzce vaga por los caminos del Imperio, persiguiendo el caos y la corrupción allí donde la encuentra, pero sigue ligado íntimamente a la ciudad de Berdenburgo, acudiendo en su ayuda siempre que es requerido.

 


8 comentarios:

  1. Un relato muy molón, como es habitual en este blog. Me ha llamado la atención que casi siempre que hay conflictos intergeneracionales, la generación anterior es la piadosa y la posterior la descarriada, mola mucho que hayas invertido los papeles en esta ocasión, desde luego es original.

    Y ha hecho bien Weinzce, no debe haber lugar para traidores, herejes ni renegados en el Imperio, tiro en la sien y a tomar por culo.

    (Además, todo el mundo sabe que, si vas a adorar al Caos, a quien debes adorar es a Khorne xD)

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    1. Justo eso fue la idea que tenía en la cabeza. Escribí un par de relatos del Caos para el trasfondo de un colega y de un compañero de un foro, que eran justo eso, un hijo díscolo (como buenos caóticos jejeje) Y se me ocurrió darle la vuelta a que el hijo siempre fuera el malo.
      Muchas gracias por pasarte a comentar.

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  2. Muy chulo el relato, una buena redención familiar. Además, los cazadores de brujas dan pie a buenas historias, ya que su carácter generalmente errante permite justificar su presencia en multitud de lugares diferentes (aunque me imagino que sólo en Nordland ya debe tener bastante trabajo el bueno de Heincze).

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    1. Muchas gracias. Y Trifón se salva porque está muerto cuando vive Heincze, si no, seguro que tendrían sus más y sus menos jajaja

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  3. Me doy por invitado a este blog de fantasy y componente narrativo del bueno. Tienes buenos relatos. Me gusta ver que somos unos cuantos los que mantenemos vivos en la blogosfera este aspecto del hobby y que disfrutamos mucho con ello.
    ¡Bienhallado, pueblo de Berdenburgo!

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    1. Pues al fondo hay sitio jajaja. Me alegro que te gusten los relatos. El tuyo ya ha pasado a la lista del blogs a seguir jajaja

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  4. Me encanta la mini, y el relato una pasada. Genial trabajo tío, como siempre! con ganas de más! Saludos!

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  5. Muy, muy guapa la mini, el pintado y la peana escénica. Y apuntado el blog para seguirte! :) Salud!

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