En línea con la entrada de la ciudad de Berdenburgo, en el que se da una pincelada del origen de la ciudad, en esta entrada comparto el relato origen de todo.
Este relato lo escribí, fácil, hace 20 años y hace tiempo lo publiqué en un foro del hobby, así que puede que algún veterano se haya topado con él en el pasado.
El relato nació como una justificación de porqué el ejército que empecé a pintar con unos colores concretos.
A principio el ejercito solo consistía en unas pocas unidades y un cañón. Un regimiento de caballeros del Sol Llameante que se reconvertirían en otra orden caballería cuando escribí el relato. Un regimiento de espaderos con un campeón con una capa esculpida en masilla, unos ballesteros, un cañón...
Entonces, para justificar todo esto escribí este relato. Un ejercito en el norte (la capa del campeón) que usaran ballestas, que fuera de negro y ocre, que hubiera una orden de caballería parecida al Sol Llameante, que hubiera un cañón... Vamos, básicamente que incluyera todo lo que tenía pintado en ese momento.
Luego, Berdenburgo se fue de las manos y se convirtió en el gigante trasfondístico que quiero ir compartiendo por aquí.
Como decía, lo escribí siendo bastante joven, y nunca le he dado una revisión en profundidad para corregir algo, así que si alguien lo lee, por favor, sed benignos con las críticas.
Grupo de Guardia de Berdenburgo
Los
años ya no me dejan ver con claridad, los dedos, antaño ágiles con una espada,
ahora les cuesta coger siquiera la pluma; la espalda, cansada de haber
aguantado el peso de armaduras y petates, parece querer ayudar a mis cansados
ojos obligando a inclinarme sobre el papiro.
Pero
aún le queda una aventura más a este soldado, dejar constancia de todo lo
acontecido a las orillas de mi querido país, ahora permanente nublado para mí.
Hace
casi sesenta años, en este lugar se libraba una batalla constante entre el
bosque de Laurelorn con el mar, que intentaba ola tras ola arrancar un pedazo
más de tierra, era el año 2431 de nuestro señor Sigmar, cuando este suelo
retumbó por algo distinto al romper de las olas.
Acabábamos
de vencer a los ejércitos caóticos en la que se conocería como la gran guerra y
estábamos reponiéndonos de los estragos en nuestra tierra.
Muchas
veces vinieron, muchas asaltaron, y muchas mataron, pero jamás se atrevieron a
adentrarse en nuestras tierras, Elfos, Elfos Oscuros, negros como la noche y
sanguinarios como pocos, con todo el norte de nuestro imperio por delante sin
otro impedimento que unas granjas aisladas, en algún claro del bosque. ¿por qué
nunca hasta ahora?, nuestros barcos, nuestra flota de la que sentirnos
orgullosos, simplemente no estaba, la escuadra que debía patrullar el mar de
las garras, se encontraba unida a la flota del emperador en una expedición a
Arabia, con la intención de “apaciguar” a unos piratas más molestos que de costumbre
y demostrar que nuestra superioridad seguía intacta, a pesar de la guerra.
Dos
meses antes…
Con
22 años recién cumplidos acababa de licenciarme como oficial más con pena que
gloria, lo que me deparaba un destino tan poco emocionante como irrelevante,
restablecer un puesto de guardia en Laurelorn para mantener la tranquilidad de
una gente cuya mayor preocupación era que se les había escapado un cerdo.
Por
esa época había una gran agitación en la capital por la refriega que iba a
tener nuestra flota con los piratas de Sartosa, que además de atacar a estos,
serviría para hacer una demostración de fuerza y superioridad marítima a
nuestros vecinos, con tales efectos se llamó a todos los barcos disponibles.
· Mi
señor, ¿realmente cree conveniente desguarecer el norte? Le pregunte antes de
que la flota partiese a mi sargento instructor.
· Oh
“mi capitán”, nuestros enemigos en el norte están diezmados, no es probable que
se les ocurra organizar nada en tan solo dos meses, relájese, y considere su
destino allí como unas vacaciones y no como un castigo… y váyase a tomar una
cerveza por el amor de los dioses.
Desde
entonces, no recuerdo haber tenido una conversación que profetizase peor el
futuro.
Así
es como acabé, recién salido de la academia de oficiales de Altdorf, al mando
de un grupo de soldados tan inexpertos como yo.
Cincuenta
hombres, una guarnición de medio centenar, que hace dos semanas eran reclutas,
para vigilar la zona este del bosque de Laurelorn, al suroeste de Salzenmund.
Todos
me felicitaban por mi suerte: “qué envidia, quien pudiera ir, tranquilito, sin
ni siquiera disturbios que sofocar, con una población bajo tu vigilancia que no
llega al medio millar de campesinos”. Con estas alabanzas sobre mi destino
empaqueté mis pocas pertenencias y marché al frente de mi “ejercito” hacia el
puesto de guardia de Berden.
Al
menos treinta días fueron felices…
A
nuestra llegada nos esperaba lo que sería nuestro hogar los siguientes seis
meses, o eso creíamos. Lo que nos encontramos no lo consideraría construcción ni
un orco. Cuatro barracones desvencijados, una empalizada que al parecer sirvió
a los lugareños como fuente de leña, y media docena de palos que un campesino
nos aseguró que es, o mejor dicho, fue una torre de vigilancia.
· La
madre que…, bueno bueno, no nos pongamos nerviosos.
· ¡Soldados!,
quiero que esto parezca algo en una semana, empezando por la empalizada, pero
una de la que sentirnos orgullosos, como aprendieron en la academia, además,
ustedes verán, hasta que la empalizada no esté completa no se harán los
barracones, así que acostúmbrense a dormir al raso.
Solo
hicieron falta diez días.
Descubrimos
entre los escombros de un barracón un cañón de las forjas de Nuln, que seguro
conoció mejores tiempos, pero que después de quitarle la herrumbre y montarle en
su cureña no tenía mala pinta.
Al
cabo de 20 días teníamos algo a lo que llamar cuartel, y que para solventar
refriegas campestres nos sobraba.
Pero
llevando allí un mes, empezaron a suceder cosas más extrañas que de costumbre.
Sombras
que se movían en el bosque, robo de ganado, y lo más preocupante, tres
asesinatos de campesinos, que tenían, al encontrarlos, una mirada de terror que
helaba la sangre.
Organizamos
batidas exhaustivas en busca de hombres bestia en los alrededores, la
explicación más plausible, pero sin ningún resultado.
Durante
una batida que dirigía personalmente nos acercamos hasta la costa del mar de
las garras, y allí estaba la causa de la cara de pánico de nuestros pobres
campesinos… una flota de elfos oscuros.
Corrimos
tanto como dieron nuestros caballos, al límite de casi reventarlos, para poner
en alerta a la guardia.
De
inmediato se mandaron correos a todas las ciudades próximas, Salzenmund y
Middenheim, y a la corte imperial.
Mientras,
había que pensar una forma de retener a esos malvados engendros.
La
posibilidad de una resistencia en el cuartel es impensable, al menos no durante
el tiempo que necesitamos mientras esperamos los refuerzos.
Según
me caía una hoja de un roble que se rendía al otoño, se me ocurrió una posible
solución.
· Guerrillas.
Le dije al sargento Tuddengart
· ¿Cómo
dice señor?
· Guerrillas,
no podemos atacarlos directamente, son muy superiores en número, calculo que
habrá unos cinco mil. Pero tenemos dos ventajas:
No
saben que estamos aquí.
Sus
recursos son limitados ya que están muy lejos de su casa, y dependen casi
enteramente de los suministros que tengan en los barcos.
· ¿yyyy?
· ¿A
ti que tipo de clases te dieron en la escuela soldado? Contamos con el
importantísimo factor sorpresa, y no para atacar a sus tropas, sino a sus
trenes de suministros, sin ellos no pueden internarse mucho en el bosque.
Además, contamos con la ventaja del terreno, ¿Dónde mejor que en un bosque para
montar escaramuzas?, de pequeño tamaño y gran velocidad, de no más de 10 o 12
soldados. Lo primero que debemos hacer es cambiarnos estos uniformes, el azul y
el amarillo no se camufla demasiado bien.
Después
de esto adoptamos un esquema de camuflaje negro y ocre, para escondernos en la
noche de este bosque otoñal.
El
primer encuentro sucedió la noche del tercer día de su desembarco, diez hombres
y yo, armados con ballestas, más precisas y pequeñas que los arcos, y unas
espadas, nos encontramos con dos carros que transportaban sendos lanzavirotes,
escoltados por veinte lanceros, diez ballesteros y un oficial.
Nos
apostamos en un paso doscientos metros más adelante. Con nuestra primera
andanada de saetas cayeron 2 lanceros, el oficial de la caravana y cuatro
ballesteros.
Sin
oficial que les dirija, los elfos empezaron a disparar sus ballestas hacia las
sombras del bosque, sintiendo en ellos el miedo que tantas veces afligieron a
nuestros compatriotas. Otra andada, 6 lanceros y 3 ballesteros, se parapetan
como pueden, mientras oyen el ruido de nuestras espadas desenvainando. Cuatro
de mis hombres se quedan cubriéndonos con las ballestas, otra andanada más,
tres lanceros, nos abalanzamos sobre ellos, a un ballestero no le da tiempo de
apretar el gatillo cuando de repente se ve con la garganta cercenada, los dos
supervivientes disparan sus flechas hiriendo en un hombro a Gunter, pero esto
no nos haría frenar. La ira de tantos y tantos inocentes esclavizados y
torturados por estos monstruos parecía que nos dirijan las estocadas, en el
primer embate matamos a los dos ballesteros restantes, mientras oíamos el
silbido de las saetas de nuestros compañeros que “nos allanaban el camino”
contra la línea que intentaban formar los lanceros supervivientes. La primera
vez que luchábamos en un combate cuerpo a cuerpo mis hombres y yo, pero nos
habían enseñado bien. Una estocada a la derecha para esquivar un lanzazo,
mientras que al subir el brazo golpeaba con la empuñadura la cabeza de mi
rival, no recuerdo cuanto tardé en hundirle la espada en el costado, pero si
recuerdo la sensación, había matado a un enemigo de mi tierra, a alguien que
hubiera hecho daño a mis seres queridos si hubiera podido, me sentía pletórico
y con energías renovadas. No hay nada como un corte en el brazo para hacerte
bajar de las nubes, un elfo me devolvió a la tierra para recordarme que teníamos
un asuntillo pendiente. Con un espadazo terminé con la vida del último lancero.
· Para
ser nuestro primer encuentro el balance no ha ido nada mal. Le dije a Gunter
mientras le sacaba la saeta del brazo.
· AUUUH,
sí señor, AAYY, no está nada mal el balance, treinta y un elfos y cero soldados
nuestros, debemos sentirnos orgullos. Me dijo
· Sí,
es cierto, sintámonos orgullosos, pero rapidito, que todavía quedan muchos más
como estos.
Durante
más de 20 días fuimos capaces de poner más que nerviosos a todo un ejército de
elfos nacidos para la guerra, atacamos de noche, a su retaguardia y a sus
víveres, hasta que ya no quedó más remedio que ofrecer una resistencia más
directa, se cumplía los dos meses de nuestra llegada a Berden, y en los tres
últimos días nos encargamos de reclutar a cualquier hombre capaz de sujetar un
hacha o una hoz como arma.
Al
final pudimos reunir trescientos hombres, contando a mi destacamento.
Trescientos valientes que harían frente a la vanguardia de un ejército
dispuesto a asolar nuestro territorio.
Venderíamos
caras nuestras vidas. Dispuse la defensa como mejor supe, acordándome de las
enseñanzas de la academia y arrepintiéndome de mirar más por la ventana que a
la pizarra durante las clases.
Destaque
a 15 de mis hombres y 25 campesinos, seleccionados entre los mejores tiradores,
para intentar atacarles por el flanco aprovechando la cobertura del bosque.
Coloqué
ese cañón rescatado del anterior puesto de guardia desenfilado del presumible
grueso del ataque élfico, de tal forma que pueda atacar a nuestros enemigos sin
que estos tengan fácil acallarlo.
Todo
estaba dispuesto. Intentamos formar un cuello de botella por el paso natural
que lleva hasta el puesto, para así paliar lo mejor posible la inferioridad
numérica. El plan consistía en que un cebo los atrajera hacia nosotros, pero un
cebo tan jugoso que descuidaran su formación por darle caza, unos mercaderes de
ganado. Después de un mes pasando hambre y penurias, en buena parte gracias a
nosotros, seguro que están deseosos de coger una buena res, además de
aprovechar para vengarse de la raza, que contra todo pronóstico, les ha estado
azotando todo este tiempo sin posibilidad de réplica hasta ahora. Llenamos de
brea la entrada del camino, además de hacer numerosos fosos con estacas en el
fondo perfectamente camuflados. Un herrero de la zona se pasó el día entero
soldando cuatro clavos por la cabeza de tal forma que al tirarlos quedara
siempre uno encima, que se encargarían de tirar durante su “huida” nuestros
corredores.
Al
alba del vigésimo tercer día del desembarco nos pusimos a rezar a Sigmar los
defensores, ya sentenciados, de Berden, que, si bien no buscamos una victoria,
si intentábamos ganar tiempo para que otros sean capaces de encontrarla.
Con
las primeras luces pusimos en marcha nuestro plan más esperanzador que real,
mandamos nuestro señuelo, compuesto de una docena de los hombres más veloces
que pudimos reunir, con una carreta llena de cerdos.
Al
mediodía ya se oían los chillidos de esos seres del infierno, y pronto vimos a
nuestros hombres al fondo del camino. El ejército que se acercaba no era más
que la vanguardia élfica, nada más que unos mil o mil doscientos soldados… nada
más. Los jinetes druchii estaban a punto de dar alcance a nuestros hombres, que
hacían un último esfuerzo para ponerse a salvo, o por lo menos en menos peligro
que en medio del camino. Permanecíamos todos escondidos hasta que la mitad del
ejercito cruzó la brea mandé la andada de flechas con la punta ardiendo. En
unos instantes había tres compañías elfos envueltos en llamas, y el resto
perplejo ante el inesperado giro de los acontecimientos.
Mientras
duraba su asombro aprovechamos para lanzar nuestra andada de proyectiles,
incluyendo un disparo del cañón que resultó más eficaz de lo esperado,
reventando él solito prácticamente una unidad entera.
Los
elfos, veteranos de otras tantas batallas, ignoraron las bajas del primer
ataque sorpresa formaron la infantería delante nuestro y tranquilizando a sus
monturas los jinetes.
Antes
de que sus tropas hubieran avanzado cien metros, la primera unidad ya había
encontrado nuestra primera sorpresa, casi una docena de elfos se encontraban
ensartados por nuestras estacas. Sin tiempo para asimilar esa nueva trampa los
corceles se empezaban a encabritar ya a tirar a sus jinetes debido al tremendo
dolor de clavos incrustados en sus pezuñas.
Los
elfos estaban bastante más furiosos que al principio, pero lejos de atacar
alocadamente formaron de manera excepcional, avanzando con cautela, protegiendo
los lanceros con sus escudos a los ballesteros mientras nos disparaban.
· ¡Capitán!,
están apagando el fuego, pronto tendremos a todo el ejército aquí.
· Bueno,
pues habrá que ir empezando con estos para luego discutir con sus primos.
Ni
yo me creía mis palabras, pero un soldado desmoralizado no sirve de nada.
Mientras
se apagaba el fuego, los ya cautelosos elfos se aproximaban cada vez más a
nuestras líneas, sin amilanarse por las bajas causadas por nuestros tiradores y
por el cañón, que se revelaba como el mejor de nuestros aliados.
A
derecha e izquierda caían compañeros atravesados por dardos negros, pero allí
permanecíamos, sin ninguna intención de dar un paso atrás.
Cuando
teníamos a su primera línea a menos de 10 metros, nuestra penúltima sorpresa.
Del lindero del bosque salieron disparadas flechas, que parecían salir de la
nada, pero que pertenecían a nuestros mejores tramperos y cazadores de este
bosque.
La
puerta de nuestra empalizada duró tres embistes de un árbol derribado por
nuestro propio cañón. Empezó un combate cuerpo a cuerpo en el patio del
cuartel. Una lucha encarnizada de unos elfos humillados por unos cuantos
campesinos.
Estábamos
luchando contra una raza que había basado su vida en la batalla, y estábamos
aguantando. La estrechez del paso anulaba su superioridad numérica, pero a
medida que luchábamos nuestra línea se debilitaba mientras que la suya no
parecía inmutarse, llegando tropas de refresco, cuando un elfo caía otro estaba
para sustituirle. Con los miembros cansados de parar y dar golpes vi el final
muy cerca. Mis movimientos ya eran mecánicos, perdiendo poco a poco el sentido
de lo que sucedía. Me encontré frente a frente con su general, parece ser que
yo lo era de nuestras tropas. Estaba armado con una espada anchísima y curva
que parecía brillar de una forma especial, entendiendo que me enfrentaba a algo
más. Tenía un escudo que parecía el caparazón de una tortuga, y una capa de una
piel escamosa.
Se
abalanzó ferozmente sobre mí, como queriendo devolverme de golpe todos los
problemas que le había causado en este mes. Sablazo tras sablazo no tenía
tiempo casi de pararlos. Mientras me defendía de sus ataques vi como un
campesino era ensartado por la lanza de un jinete, mientras Gunter se defendía
en el suelo de los golpes de un lancero. Quedaban los últimos rescoldos de nuestra
defensa, no llegaríamos a la treintena, formando una isla en la marea élfica.
Pretendiendo llevarme cuantos más elfos mejor a la tumba me abalance sobre el
sorprendido elfo clavándole mi espada entre las rendijas de la armadura debajo
del hombro. Antes de morir le dio tiempo para hacerme un tajo en la pierna que
me obligó a clavar la rodilla en tierra.
Sin
fuerzas, sabiendo que estaba todo perdido, me dejé caer, tumbándome en el suelo
esperando que alguien me diera el empujón final. Casi sin sentido noté que el
suelo empezaba a vibrar, solo se me ocurrió que la caballería estaba a punto de
asaltarnos, y efectivamente era caballería, pero unos caballeros muy distintos
de los que me esperaba. Dorados, brillantes como el sol, que pasaron por encima
nuestra cargando contra los elfos. Eran los caballeros del Ocaso, una orden del
sur de Nordland que se habían enterado de nuestro sitio. Con energías renovadas
me levanté a tiempo de ver como los ejércitos de Middenheim y de Altdorf
atacaban cada uno por un flanco, haciendo huir hacia sus barcos a los elfos
supervivientes del contraataque, aunque no durarían mucho tiempo vivos, solo lo
suficiente para ver como sus barcos eran hundidos por nuestra flota de regreso
de Sartosa. Los últimos elfos murieron a espaldas del mar del que nunca
debieron venir.
Siete
de mis hombes sobrevivieron, ocho conmigo, y veinte campesinos, ah, y nuestro
cañón. Fuimos llevados a la presencia del Emperador Magnus. Fui nombrado
general, laureado con todo tipo de distinciones, y otorgándome la cruz de
Sigmar. El emperador, para evitar que esto volviera a ocurrir, mandó destacar
una guarnición fortificada en la costa norte del bosque de Laurelorn, asentada
en las islas Lugren y Odner, de la costa de Nordland, que se llamaría Berden en
nuestro honor y que seríamos destinados allí los supervivientes. Se decidió que
en conmemoración de la resistencia que ofrecimos durante un mes de reyertas con
los elfos los colores de la guardia no serían los de la provincia, sino el
negro y ocre que nos sirvió de camuflaje. Además, dependemos directamente del
emperador, y no del conde provincial.
La
orden del Ocaso trasladó su sede a Berden, para “no tener que andar tanto para
defendernos”.
Sesenta
años hace ya de que un puñado de hombres mantuviéramos a raya a uno de los
ejércitos más temidos de la tierra. Sesenta años que han convertido a un joven
oficial en un viejo achacoso y al puesto de guardia de Berden en la ciudad
portuaria de Berdenburgo, y aunque se siga llamando grupo de guardia, posee un
ejército digno de comparación con los mejores del imperio, manteniendo la
estrecha relación con la orden del Ocaso y dependiendo directamente del
emperador. Mantenemos los colores que nos salvaron una vez la vida, y el
entrenamiento con la ballesta que quito la vida a tantos elfos. Somos una tropa
atípica, pero orgullosa de ser así, y de cómo llegamos a esto.
Siento
que lo que no pudieron hacer los elfos se está encargando el tiempo, pero ya
puedo morir tranquilo al saber que todas las personas de bien sabrán lo que un
puñado de compatriotas hicieron por salvar el Imperio.
Burgomaestre
y General del grupo de guardia de Berden.
Joseph
Goniz
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