lunes, 16 de agosto de 2021

Relato Origen del Grupo de Guardia

En línea con la entrada de la ciudad de Berdenburgo, en el que se da una pincelada del origen de la ciudad, en esta entrada comparto el relato origen de todo.

Este relato lo escribí, fácil, hace 20 años y hace tiempo lo publiqué en un foro del hobby, así que puede que algún veterano se haya topado con él en el pasado.

El relato nació como una justificación de porqué el ejército que empecé a pintar con unos colores concretos.

A principio el ejercito solo consistía en unas pocas unidades y un cañón. Un regimiento de caballeros del Sol Llameante que se reconvertirían en otra orden caballería cuando escribí el relato. Un regimiento de espaderos con un campeón con una capa esculpida en masilla, unos ballesteros, un cañón...

Entonces, para justificar todo esto escribí este relato. Un ejercito en el norte (la capa del campeón) que usaran ballestas, que fuera de negro y ocre, que hubiera una orden de caballería parecida al Sol Llameante, que hubiera un cañón... Vamos, básicamente que incluyera todo lo que tenía pintado en ese momento.

Luego, Berdenburgo se fue de las manos y se convirtió en el gigante trasfondístico que quiero ir compartiendo por aquí.

Como decía, lo escribí siendo bastante joven, y nunca le he dado una revisión en profundidad para corregir algo, así que si alguien lo lee, por favor, sed benignos con las críticas.

Bueno, sin enrollarme más, aquí va el relato.

Grupo de Guardia de Berdenburgo

Los años ya no me dejan ver con claridad, los dedos, antaño ágiles con una espada, ahora les cuesta coger siquiera la pluma; la espalda, cansada de haber aguantado el peso de armaduras y petates, parece querer ayudar a mis cansados ojos obligando a inclinarme sobre el papiro.

Pero aún le queda una aventura más a este soldado, dejar constancia de todo lo acontecido a las orillas de mi querido país, ahora permanente nublado para mí.

Hace casi sesenta años, en este lugar se libraba una batalla constante entre el bosque de Laurelorn con el mar, que intentaba ola tras ola arrancar un pedazo más de tierra, era el año 2431 de nuestro señor Sigmar, cuando este suelo retumbó por algo distinto al romper de las olas.

Acabábamos de vencer a los ejércitos caóticos en la que se conocería como la gran guerra y estábamos reponiéndonos de los estragos en nuestra tierra.

Muchas veces vinieron, muchas asaltaron, y muchas mataron, pero jamás se atrevieron a adentrarse en nuestras tierras, Elfos, Elfos Oscuros, negros como la noche y sanguinarios como pocos, con todo el norte de nuestro imperio por delante sin otro impedimento que unas granjas aisladas, en algún claro del bosque. ¿por qué nunca hasta ahora?, nuestros barcos, nuestra flota de la que sentirnos orgullosos, simplemente no estaba, la escuadra que debía patrullar el mar de las garras, se encontraba unida a la flota del emperador en una expedición a Arabia, con la intención de “apaciguar” a unos piratas más molestos que de costumbre y demostrar que nuestra superioridad seguía intacta, a pesar de la guerra.

Dos meses antes…

Con 22 años recién cumplidos acababa de licenciarme como oficial más con pena que gloria, lo que me deparaba un destino tan poco emocionante como irrelevante, restablecer un puesto de guardia en Laurelorn para mantener la tranquilidad de una gente cuya mayor preocupación era que se les había escapado un cerdo.

Por esa época había una gran agitación en la capital por la refriega que iba a tener nuestra flota con los piratas de Sartosa, que además de atacar a estos, serviría para hacer una demostración de fuerza y superioridad marítima a nuestros vecinos, con tales efectos se llamó a todos los barcos disponibles.

· Mi señor, ¿realmente cree conveniente desguarecer el norte? Le pregunte antes de que la flota partiese a mi sargento instructor.

· Oh “mi capitán”, nuestros enemigos en el norte están diezmados, no es probable que se les ocurra organizar nada en tan solo dos meses, relájese, y considere su destino allí como unas vacaciones y no como un castigo… y váyase a tomar una cerveza por el amor de los dioses.

Desde entonces, no recuerdo haber tenido una conversación que profetizase peor el futuro.

Así es como acabé, recién salido de la academia de oficiales de Altdorf, al mando de un grupo de soldados tan inexpertos como yo.

Cincuenta hombres, una guarnición de medio centenar, que hace dos semanas eran reclutas, para vigilar la zona este del bosque de Laurelorn, al suroeste de Salzenmund.

Todos me felicitaban por mi suerte: “qué envidia, quien pudiera ir, tranquilito, sin ni siquiera disturbios que sofocar, con una población bajo tu vigilancia que no llega al medio millar de campesinos”. Con estas alabanzas sobre mi destino empaqueté mis pocas pertenencias y marché al frente de mi “ejercito” hacia el puesto de guardia de Berden.

Al menos treinta días fueron felices…

A nuestra llegada nos esperaba lo que sería nuestro hogar los siguientes seis meses, o eso creíamos. Lo que nos encontramos no lo consideraría construcción ni un orco. Cuatro barracones desvencijados, una empalizada que al parecer sirvió a los lugareños como fuente de leña, y media docena de palos que un campesino nos aseguró que es, o mejor dicho, fue una torre de vigilancia.

·  La madre que…, bueno bueno, no nos pongamos nerviosos.

· ¡Soldados!, quiero que esto parezca algo en una semana, empezando por la empalizada, pero una de la que sentirnos orgullosos, como aprendieron en la academia, además, ustedes verán, hasta que la empalizada no esté completa no se harán los barracones, así que acostúmbrense a dormir al raso.

Solo hicieron falta diez días.

Descubrimos entre los escombros de un barracón un cañón de las forjas de Nuln, que seguro conoció mejores tiempos, pero que después de quitarle la herrumbre y montarle en su cureña no tenía mala pinta.

Al cabo de 20 días teníamos algo a lo que llamar cuartel, y que para solventar refriegas campestres nos sobraba.

Pero llevando allí un mes, empezaron a suceder cosas más extrañas que de costumbre.

Sombras que se movían en el bosque, robo de ganado, y lo más preocupante, tres asesinatos de campesinos, que tenían, al encontrarlos, una mirada de terror que helaba la sangre.

Organizamos batidas exhaustivas en busca de hombres bestia en los alrededores, la explicación más plausible, pero sin ningún resultado.

Durante una batida que dirigía personalmente nos acercamos hasta la costa del mar de las garras, y allí estaba la causa de la cara de pánico de nuestros pobres campesinos… una flota de elfos oscuros.

Corrimos tanto como dieron nuestros caballos, al límite de casi reventarlos, para poner en alerta a la guardia.

De inmediato se mandaron correos a todas las ciudades próximas, Salzenmund y Middenheim, y a la corte imperial.

Mientras, había que pensar una forma de retener a esos malvados engendros.

La posibilidad de una resistencia en el cuartel es impensable, al menos no durante el tiempo que necesitamos mientras esperamos los refuerzos.

Según me caía una hoja de un roble que se rendía al otoño, se me ocurrió una posible solución.

·  Guerrillas. Le dije al sargento Tuddengart

·  ¿Cómo dice señor?

· Guerrillas, no podemos atacarlos directamente, son muy superiores en número, calculo que habrá unos cinco mil. Pero tenemos dos ventajas:

No saben que estamos aquí.

Sus recursos son limitados ya que están muy lejos de su casa, y dependen casi enteramente de los suministros que tengan en los barcos.

· ¿yyyy?

· ¿A ti que tipo de clases te dieron en la escuela soldado? Contamos con el importantísimo factor sorpresa, y no para atacar a sus tropas, sino a sus trenes de suministros, sin ellos no pueden internarse mucho en el bosque. Además, contamos con la ventaja del terreno, ¿Dónde mejor que en un bosque para montar escaramuzas?, de pequeño tamaño y gran velocidad, de no más de 10 o 12 soldados. Lo primero que debemos hacer es cambiarnos estos uniformes, el azul y el amarillo no se camufla demasiado bien.

Después de esto adoptamos un esquema de camuflaje negro y ocre, para escondernos en la noche de este bosque otoñal.

El primer encuentro sucedió la noche del tercer día de su desembarco, diez hombres y yo, armados con ballestas, más precisas y pequeñas que los arcos, y unas espadas, nos encontramos con dos carros que transportaban sendos lanzavirotes, escoltados por veinte lanceros, diez ballesteros y un oficial.

Nos apostamos en un paso doscientos metros más adelante. Con nuestra primera andanada de saetas cayeron 2 lanceros, el oficial de la caravana y cuatro ballesteros.

Sin oficial que les dirija, los elfos empezaron a disparar sus ballestas hacia las sombras del bosque, sintiendo en ellos el miedo que tantas veces afligieron a nuestros compatriotas. Otra andada, 6 lanceros y 3 ballesteros, se parapetan como pueden, mientras oyen el ruido de nuestras espadas desenvainando. Cuatro de mis hombres se quedan cubriéndonos con las ballestas, otra andanada más, tres lanceros, nos abalanzamos sobre ellos, a un ballestero no le da tiempo de apretar el gatillo cuando de repente se ve con la garganta cercenada, los dos supervivientes disparan sus flechas hiriendo en un hombro a Gunter, pero esto no nos haría frenar. La ira de tantos y tantos inocentes esclavizados y torturados por estos monstruos parecía que nos dirijan las estocadas, en el primer embate matamos a los dos ballesteros restantes, mientras oíamos el silbido de las saetas de nuestros compañeros que “nos allanaban el camino” contra la línea que intentaban formar los lanceros supervivientes. La primera vez que luchábamos en un combate cuerpo a cuerpo mis hombres y yo, pero nos habían enseñado bien. Una estocada a la derecha para esquivar un lanzazo, mientras que al subir el brazo golpeaba con la empuñadura la cabeza de mi rival, no recuerdo cuanto tardé en hundirle la espada en el costado, pero si recuerdo la sensación, había matado a un enemigo de mi tierra, a alguien que hubiera hecho daño a mis seres queridos si hubiera podido, me sentía pletórico y con energías renovadas. No hay nada como un corte en el brazo para hacerte bajar de las nubes, un elfo me devolvió a la tierra para recordarme que teníamos un asuntillo pendiente. Con un espadazo terminé con la vida del último lancero.

· Para ser nuestro primer encuentro el balance no ha ido nada mal. Le dije a Gunter mientras le sacaba la saeta del brazo.

· AUUUH, sí señor, AAYY, no está nada mal el balance, treinta y un elfos y cero soldados nuestros, debemos sentirnos orgullos. Me dijo

· Sí, es cierto, sintámonos orgullosos, pero rapidito, que todavía quedan muchos más como estos.

Durante más de 20 días fuimos capaces de poner más que nerviosos a todo un ejército de elfos nacidos para la guerra, atacamos de noche, a su retaguardia y a sus víveres, hasta que ya no quedó más remedio que ofrecer una resistencia más directa, se cumplía los dos meses de nuestra llegada a Berden, y en los tres últimos días nos encargamos de reclutar a cualquier hombre capaz de sujetar un hacha o una hoz como arma.

Al final pudimos reunir trescientos hombres, contando a mi destacamento. Trescientos valientes que harían frente a la vanguardia de un ejército dispuesto a asolar nuestro territorio.

Venderíamos caras nuestras vidas. Dispuse la defensa como mejor supe, acordándome de las enseñanzas de la academia y arrepintiéndome de mirar más por la ventana que a la pizarra durante las clases.

Destaque a 15 de mis hombres y 25 campesinos, seleccionados entre los mejores tiradores, para intentar atacarles por el flanco aprovechando la cobertura del bosque.

Coloqué ese cañón rescatado del anterior puesto de guardia desenfilado del presumible grueso del ataque élfico, de tal forma que pueda atacar a nuestros enemigos sin que estos tengan fácil acallarlo.

Todo estaba dispuesto. Intentamos formar un cuello de botella por el paso natural que lleva hasta el puesto, para así paliar lo mejor posible la inferioridad numérica. El plan consistía en que un cebo los atrajera hacia nosotros, pero un cebo tan jugoso que descuidaran su formación por darle caza, unos mercaderes de ganado. Después de un mes pasando hambre y penurias, en buena parte gracias a nosotros, seguro que están deseosos de coger una buena res, además de aprovechar para vengarse de la raza, que contra todo pronóstico, les ha estado azotando todo este tiempo sin posibilidad de réplica hasta ahora. Llenamos de brea la entrada del camino, además de hacer numerosos fosos con estacas en el fondo perfectamente camuflados. Un herrero de la zona se pasó el día entero soldando cuatro clavos por la cabeza de tal forma que al tirarlos quedara siempre uno encima, que se encargarían de tirar durante su “huida” nuestros corredores.

Al alba del vigésimo tercer día del desembarco nos pusimos a rezar a Sigmar los defensores, ya sentenciados, de Berden, que, si bien no buscamos una victoria, si intentábamos ganar tiempo para que otros sean capaces de encontrarla.

Con las primeras luces pusimos en marcha nuestro plan más esperanzador que real, mandamos nuestro señuelo, compuesto de una docena de los hombres más veloces que pudimos reunir, con una carreta llena de cerdos.

Al mediodía ya se oían los chillidos de esos seres del infierno, y pronto vimos a nuestros hombres al fondo del camino. El ejército que se acercaba no era más que la vanguardia élfica, nada más que unos mil o mil doscientos soldados… nada más. Los jinetes druchii estaban a punto de dar alcance a nuestros hombres, que hacían un último esfuerzo para ponerse a salvo, o por lo menos en menos peligro que en medio del camino. Permanecíamos todos escondidos hasta que la mitad del ejercito cruzó la brea mandé la andada de flechas con la punta ardiendo. En unos instantes había tres compañías elfos envueltos en llamas, y el resto perplejo ante el inesperado giro de los acontecimientos.

Mientras duraba su asombro aprovechamos para lanzar nuestra andada de proyectiles, incluyendo un disparo del cañón que resultó más eficaz de lo esperado, reventando él solito prácticamente una unidad entera.

Los elfos, veteranos de otras tantas batallas, ignoraron las bajas del primer ataque sorpresa formaron la infantería delante nuestro y tranquilizando a sus monturas los jinetes.

Antes de que sus tropas hubieran avanzado cien metros, la primera unidad ya había encontrado nuestra primera sorpresa, casi una docena de elfos se encontraban ensartados por nuestras estacas. Sin tiempo para asimilar esa nueva trampa los corceles se empezaban a encabritar ya a tirar a sus jinetes debido al tremendo dolor de clavos incrustados en sus pezuñas.

Los elfos estaban bastante más furiosos que al principio, pero lejos de atacar alocadamente formaron de manera excepcional, avanzando con cautela, protegiendo los lanceros con sus escudos a los ballesteros mientras nos disparaban.

· ¡Capitán!, están apagando el fuego, pronto tendremos a todo el ejército aquí.

· Bueno, pues habrá que ir empezando con estos para luego discutir con sus primos.

Ni yo me creía mis palabras, pero un soldado desmoralizado no sirve de nada.

Mientras se apagaba el fuego, los ya cautelosos elfos se aproximaban cada vez más a nuestras líneas, sin amilanarse por las bajas causadas por nuestros tiradores y por el cañón, que se revelaba como el mejor de nuestros aliados.

A derecha e izquierda caían compañeros atravesados por dardos negros, pero allí permanecíamos, sin ninguna intención de dar un paso atrás.

Cuando teníamos a su primera línea a menos de 10 metros, nuestra penúltima sorpresa. Del lindero del bosque salieron disparadas flechas, que parecían salir de la nada, pero que pertenecían a nuestros mejores tramperos y cazadores de este bosque.

La puerta de nuestra empalizada duró tres embistes de un árbol derribado por nuestro propio cañón. Empezó un combate cuerpo a cuerpo en el patio del cuartel. Una lucha encarnizada de unos elfos humillados por unos cuantos campesinos.

Estábamos luchando contra una raza que había basado su vida en la batalla, y estábamos aguantando. La estrechez del paso anulaba su superioridad numérica, pero a medida que luchábamos nuestra línea se debilitaba mientras que la suya no parecía inmutarse, llegando tropas de refresco, cuando un elfo caía otro estaba para sustituirle. Con los miembros cansados de parar y dar golpes vi el final muy cerca. Mis movimientos ya eran mecánicos, perdiendo poco a poco el sentido de lo que sucedía. Me encontré frente a frente con su general, parece ser que yo lo era de nuestras tropas. Estaba armado con una espada anchísima y curva que parecía brillar de una forma especial, entendiendo que me enfrentaba a algo más. Tenía un escudo que parecía el caparazón de una tortuga, y una capa de una piel escamosa.

Se abalanzó ferozmente sobre mí, como queriendo devolverme de golpe todos los problemas que le había causado en este mes. Sablazo tras sablazo no tenía tiempo casi de pararlos. Mientras me defendía de sus ataques vi como un campesino era ensartado por la lanza de un jinete, mientras Gunter se defendía en el suelo de los golpes de un lancero. Quedaban los últimos rescoldos de nuestra defensa, no llegaríamos a la treintena, formando una isla en la marea élfica. Pretendiendo llevarme cuantos más elfos mejor a la tumba me abalance sobre el sorprendido elfo clavándole mi espada entre las rendijas de la armadura debajo del hombro. Antes de morir le dio tiempo para hacerme un tajo en la pierna que me obligó a clavar la rodilla en tierra.

Sin fuerzas, sabiendo que estaba todo perdido, me dejé caer, tumbándome en el suelo esperando que alguien me diera el empujón final. Casi sin sentido noté que el suelo empezaba a vibrar, solo se me ocurrió que la caballería estaba a punto de asaltarnos, y efectivamente era caballería, pero unos caballeros muy distintos de los que me esperaba. Dorados, brillantes como el sol, que pasaron por encima nuestra cargando contra los elfos. Eran los caballeros del Ocaso, una orden del sur de Nordland que se habían enterado de nuestro sitio. Con energías renovadas me levanté a tiempo de ver como los ejércitos de Middenheim y de Altdorf atacaban cada uno por un flanco, haciendo huir hacia sus barcos a los elfos supervivientes del contraataque, aunque no durarían mucho tiempo vivos, solo lo suficiente para ver como sus barcos eran hundidos por nuestra flota de regreso de Sartosa. Los últimos elfos murieron a espaldas del mar del que nunca debieron venir.

Siete de mis hombes sobrevivieron, ocho conmigo, y veinte campesinos, ah, y nuestro cañón. Fuimos llevados a la presencia del Emperador Magnus. Fui nombrado general, laureado con todo tipo de distinciones, y otorgándome la cruz de Sigmar. El emperador, para evitar que esto volviera a ocurrir, mandó destacar una guarnición fortificada en la costa norte del bosque de Laurelorn, asentada en las islas Lugren y Odner, de la costa de Nordland, que se llamaría Berden en nuestro honor y que seríamos destinados allí los supervivientes. Se decidió que en conmemoración de la resistencia que ofrecimos durante un mes de reyertas con los elfos los colores de la guardia no serían los de la provincia, sino el negro y ocre que nos sirvió de camuflaje. Además, dependemos directamente del emperador, y no del conde provincial.

La orden del Ocaso trasladó su sede a Berden, para “no tener que andar tanto para defendernos”.

Sesenta años hace ya de que un puñado de hombres mantuviéramos a raya a uno de los ejércitos más temidos de la tierra. Sesenta años que han convertido a un joven oficial en un viejo achacoso y al puesto de guardia de Berden en la ciudad portuaria de Berdenburgo, y aunque se siga llamando grupo de guardia, posee un ejército digno de comparación con los mejores del imperio, manteniendo la estrecha relación con la orden del Ocaso y dependiendo directamente del emperador. Mantenemos los colores que nos salvaron una vez la vida, y el entrenamiento con la ballesta que quito la vida a tantos elfos. Somos una tropa atípica, pero orgullosa de ser así, y de cómo llegamos a esto.

Siento que lo que no pudieron hacer los elfos se está encargando el tiempo, pero ya puedo morir tranquilo al saber que todas las personas de bien sabrán lo que un puñado de compatriotas hicieron por salvar el Imperio.

Burgomaestre y General del grupo de guardia de Berden.

Joseph Goniz

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